Post excusa desde la tercera línea

Se acabó lo que se daba. 2008 se despide para siempre, a mí me mentan en un par de blogs, me anal-izan y agasajan con méritos tan desmedidos como dignos de agradecimiento y orgullo por venir de quien vienen, la sidra El Gaitero hace honor a su fama y okupa las mesas de nuestros humildes hogares mientras las uvas, envasadas por docenas, desaparecen de las estanterías de los supermercados y se dirigen a su ritual fúnebre, y todos nos llenamos la boca de propósitos de enmienda que se repiten impolutos año tras año. Podríamos reducir esta noche el año que se va a meses, los meses a días, horas, minutos y segundos, éstos últimos a nanosegundos, a infinitésimas de nanosegundo, hasta detener el tiempo en el momento en el que todo parecerá ir bien.

No deja de asombrarme el ser humano con su capacidad de imitarse a sí mismo. Aristóteles estaría profundamente orgulloso de nosotros. En unas horas y como un ritual vírico, millones de personas saldrán a la calle a celebrar la entrada de un nuevo año. Yo debería estar entre ellos, pero eso aún está por decidir.

Decidido.

Feliz año a casi todos.

Hoc non pereo habebo fortior me



Hace unos días estuve en Murcia y aproveché mi mañana libre para visitar la ciudad en la que me convertí en un hombrecico (sí, lo sé, quizá es exagerado, pero es que yo no hice la mili). En cuanto puse un pie fuera del bus comprendí que todo había cambiado. La ciudad me miraba de manera extraña, sin saber muy bien qué decirme, como uno de esos amigos a los que llevas años sin ver y que, incómodo, no sabe escapar del "¿Qué tal va todo?", balbuceando, totalmente perdido hasta exhalar con alivio un "Me alegro de verte; a ver si quedamos un día y nos contamos".


Caminé durante más de tres horas por la Gran Vía, las calles peatonales del casco viejo (Trapería sigue haciéndome sonreír), los aledaños de la Facultad de Letras... Casi podía ver sobre el suelo las marcas de mis pies dejadas años atrás, como en una de esas pelis de rastreadores por bosques nevados. Pero esta vez yo era el rastreador y el rastreado. Perseguí uno por uno mis recuerdos, apostándome en cada esquina para emboscarlos antes de que supieran que andaba tras de ellos. A algunos les dí caza en un bar: Juan, la ginebra con martini, las empanadillas con ensaladilla, el zumo de naranja con tortilla de patata, los periódicos de ayer (siempre de ayer) apilados al final de la barra, junto a las carpetas de los estudiantes, y esa música espantosa de radiofórmula que suena siempre a lo mismo. A otros los sorprendí en Santo Domingo: niños que corren como endemoniados unos tras otros mientras sus padres los desobservan sentados en los bancos de madera, junto a las joyerías de lujo embutidas entre terracitas de heladerías, inexplicablemente ajenos a los músicos de verdad que, venidos del este, tocan música de verdad tras un cartel que reza el manido "bodas, bautizos y comuniones"...

Todos esos jirones de mi memoria se me quedaban mirando cuando, sorprendidos, advertían el puntito rojo de mi mira láser sobre ellos. Ninguno pareció reconocerme, así que no tuve problemas de conciencia a la hora de apretar el gatillo. Decidí dejar para el final a los más peligrosos. Caminé sin prisa entre la gente, mirando al suelo, concentrado, obligándome a no pensar mientras repetía una y otra vez la letra de la canción que tiraba de mi alma desde mis oídos convirtiendo mis auriculares en agujeros negros celestiales, la canción que me desangraba a cada paso...

"Llueve en el canal, la corriente enseña el camino hacia el mar...
Todos duermen ya...
Dejarse llevar suena demasiado bien...
Jugar al azar...
Nunca saber donde puedes terminar...



O empezar"


Al fin, volví a verlos. Durante unos segundos, me detuve junto a la puerta de la librería que hay en los soportales. Allí estaban, como si no hubiera pasado ni un sólo día desde aquella noche. Un par de mis recuerdos se habían quedado todos estos años paseando junto a la catedral, entre cafés y chocolate caliente. Cuando los vi cogidos de la mano, prometiéndose la vida mientras se miraban a los ojos, no tuve otra que volver a ponerle la tapa a la mira de mi fusil.

Supongo que hay cosas que están destinadas a vivir para siempre.

El metapost

Algo más de ocho mil visitas, algo más de ochenta posts, algo más de cien comentarios... Se acaba el año y los programas de la tele recitan los acontecimientos de los últimos 365 días como si de la lista de los Reyes Godos se tratara, y yo, obligado por mi vergonzosa falta de originalidad y las prisas de bajar a cenar con mi familia, me dispongo a repasar el pequeño vicio en el que se ha convertido este blog: política, música, literatura, sociedad, crisis (what crisis?), personajes varios y divagaciones personales han ocupado mi tiempo de sobremesa estos últimos meses. Releyendo mis propios textos, en ocasiones acabo disintiendo de los mismos en fondo y forma, y otras, las menos, encuentro en sus entresijos mis convicciones más profundas (que no inamovibles). Cada palabra, cada ilustración y cada título (titulo mejor que escribo, la verdad) han tenido un por qué, el mío, sin más intención que la de disfrutar con el sano ejercicio de la escritura y huyendo en lo posible de lo impuesto, lo adoctrinado y adoctrinador, y lo políticamente correcto por encima de lo correcto a secas. Gracias a los que me habéis dedicado unos minutos y, sobre todo, a los que habéis dejado un jirón de pensamiento con vuestros comentarios. Es mentira que los que escribimos lo hagamos para nosotros mismos sin importarnos lo que piensan los demás.

Paz, amor y salud para el nuevo año.

Klaatu barada nikto

Poco a poco, y siempre a rebufo de la realidad social, la pléyade de estudiosos de la economía mundial van desentramando las causas y el rumbo (el destino aún está por anunciarse) de la crisis económica que, a modo de plaga bíblica, azota el mundo mal llamado civilizado (el otro lleva azotado desde hace siglos). Todos coincidieron en un principio que la crisis era de índole económica (tampoco había que ir a Harvard para saberlo), para después descubrirla como crediticia y abundar últimamente en el eufemismo "crisis de confianza". Yo voy a dar el siguiente paso, que en mi opinión fue el primigenio y desencadenante de todo cuanto se nos está viviendo encima: crisis de valores. Nos hemos ocupado de atender las "necesidades" de nuestros hijos con cuantas playstations nos han enviado desde el Japón, de atender las nuestras a base de coches y apartamentos en Torrevieja, y de procurarnos ropa del cortinglés quellegalabodadelamaripuriynotengoqueponerme. Ahora nos ha pasado como en los chistes malos: se ha bajado el telón y cuando se ha vuelto a subir, la película ha cambiado en lo que dura el intermedio. ¿Las razones? Pues una primordialmente: que detrás de todo eso que hemos comprado, detrás de aquello que hemos adquirido sin necesitarlo, incluso sin poder pagarlo... no hay nada. Nada. Bueno, sí, estamos nosotros, pero ya no somos nadie sin nuestra Visa Oro. Estamos desnudos, desamparados, sin un norte al que dirigirnos más allá del mejor producto de marketing inventado nunca, ése al que llaman ESTADO DEL BIENESTAR. Para el crío que estrena BMW al mismo tiempo que estrena su mayoría de edad no hay un universo fuera de su tapicería de cuero y sus subwoofer. Por eso no sabe a dónde mirar para encontrar la explicación de todo lo que ve por la tele, de todo lo que ve en la fábrica en la que trabaja, de todo lo que ve al llegar a casa.

Tengo un vaticinio que es al tiempo una esperanza y una enseñanza de mis mayores: el hombre acabará volviendo a la tierra, a las raíces, porque ahí están las respuestas: trabajo, esfuerzo, mérito, talento, respeto, educación... y humildad.

Las cosas de antes: Episodio 1.



Tengo 34 años. Crecí jugando en la calle. Simplemente abría la puerta de mi casa, bajaba a la "placeta" y mis amigos estaban allí. Bebíamos del mismo grifo en una de esas fuentes públicas, y algunos hasta chupaban de él como de una pajita cuando, habitualmente en verano, sufríamos los cortes de agua tan comunes en el sur de España en las zonas turísticas. Comíamos plastilina y plastidecor en los colegios como si nos fuera la vida en ello, y no habríamos cambiado nuestros Phoskitos y nuestros polos de bolsa (el flash de cocacola era lo máximo) por ningún Actimel del mundo. En los recreos, jugamos al burro (churro, mediamanga, mangotero) mientras los profesores echaban un cigarrito en sus despachos. Viajaba con toda la familia en el Seat 127 azul marino de mi padre, sin cinturón de seguridad, airbag, ABS o GPS, por carreteras mal asfaltadas y casi sin señalizar. A la primera chica que me gustó, simplemente la cogí de la mano y la miré a los ojos. No necesité sms, ni emoticonos, ni messenger, ni ;). Cada verano era infinito, como infinita la espera de dos horas de digestión hasta meternos en el agua. Pescábamos pulpos en playas con arena de verdad que nuestras madres cocinaban en asados perfectos, y no sabíamos lo que era una crema de protección solar de factor 15. Fabricábamos flechas con cañas y chapas aplastadas en la punta y arcos con ramas de palmeras; eso cuando no nos abríamos la cabeza los unos a los otros con los tirachinas compuestos del cuello de una botella de plástico con un globo en el gollete.

No supimos lo que era una pornstar hasta que debimos saberlo, y como no teníamos teléfono móvil, nuestros padres no tenían manera de localizarnos durante horas y horas; aún así, nadie se preocupaba en exceso, porque simplemente estábamos en la calle, jugando. Aprendimos a contar con el Conde Draco y nuestro reloj calculadora nos convertía en los más chulos del barrio por unas horas. Y aunque en ocasiones no entendíamos demasiado bien lo que hacían Pedro Reyes, Alaska o Pablo Carbonell, La bola de cristal nos impregnó para siempre de su espíritu cretivo, libertario y transgresor. Después vinieron los helados en la Venezia y las hamburguesas "especiales" en el Bruselas. Pero eso... eso ya es otra historia.

Supongo que me hago viejo.

J. el Pitoniso

Más por no calentarme la sangre que por otra cosa, porque los motivos se multiplican día tras día, llevo unas semanas sin hablar de este expolio al que antes se conocía como crecimiento desacelerado y al que ahora ya se le llama crisis (ya sabéis, rollo elartistaantesconocidocomoPrince). Los grandes bancos y sus chiringuitos de trilero con mesas de caoba, auspiciados por los gobiernos del mundo civilizado (¿civilizado?), han volatilizado el dinero y ya ni ellos saben bajo qué cáscara de nuez está el garbanzo. Seguro que los que se han quedado con la manteca sí que conocen milimétricamente el agujero donde la tienen escondida. El caso es que, según un sencillo cálculo matemático (estadística + progresión aritmética), hoy debe haber sellado su cartilla del paro el desempleado número 3.000.000. Supongo que no se habrá encendido una de esas lucecitas de los grandes hipermercados que avisan que el comprador número 1.000.000 acaba de pasar por caja y podrá elegir entre una muñeca Pepona o el estupendo Perrito Piloto (¡qué alegría, qué alboroto!), porque la situación habría resultado tan poco divertida como obscena. Y ahora es cuando viene lo de mi anuncio, que hay que empezar a tener un plan "b":

Espacio publicitario.

Pitoniso J. presta (lo de presta, claro está, es un eufemismo) sus servicios de clarividencia al mejor postor. Abstenerse optimistas.
100% de efectividad DEMOSTRABLE (Pinchar aquí).

No se aceptan tarjetas de crédito.