Que "X" nos pille confesados

Me bautizaron e hice la comunión, y desde entonces apenas cuento 5 ó 6 apariciones más por la Casa del Señor. Yo soy de los que cursaron religión en el instituto y ni aún así la semilla de la fe cristiana ha logrado germinar en mi árida alma. Espero que todos estos datos me sirvan de aséptico parapeto a la hora de comentar la noticia aparecida hace unos días en varios diarios digitales:
"Dos guardias civiles se suman a la petición de retirada de símbolos religiosos".

Pues sí, dos agentes de la meretérica han solicitado a la Justicia que retire la imagen de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil, de la entrada del cuartel de la localidad de Almodóvar del Río (Córdoba), porque, según los recurrentes, "conculca su derecho a la libertad ideológica y la obligada aconfesionalidad del Estado”. Esta noticia se alinea con la de la retirada por mandato judicial de los crucifijos del colegio público "Macías Picavea" (Valladolid) apenas unas horas antes. Y lo que te rondaré, morena.

Ya, ya sé que a estas alturas del post te habrás formado una opinión. Incluso es muy probable que la tuvieras antes de empezar a leerlo, y como no es mi intención ofender a nadie, ni a los que creen ni a los que creen que no creen, me limitaré a echar algo de leña al fuego inquisidor, repartiendo argumentos para que nos sigamos midiendo el lomo los unos a los otros:

El artículo 16 de la Constitución española garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto, y en su apartado tercero establece que ‘ninguna confesión tendrá carácter estatal’.

Hala, a cambiar La Semana Santa por La Semana Fantástica (con lo cara que sale), la Navidad por un rollo tipo Acción de gracias, que es lo único que nos queda por importar de los USA, y a la bella ciudad de San Sebastián la transmutamos en un Sebas a secas, que queda más familiar. Y si uno de esos vampiros, animado por la blancura de tu cuello de seda oriental, intentara profanarlo con sus colmillos cómplice de la noche, nada de hacer lo de la crucecita con los dedos. Porque ahuyentarlo igual no lo ahuyentas, pero lo que es seguro es que te caerá una demanda por apología de símbolos religiosos.

Bueno, sigo a lo mío, si es que me puedo sacar esta musiquita de la cabeza...



20N


Hoy es 20 de noviembre de 2008. Han pasado 72 años desde que fusilaron a José Antonio Primo de Rivera y 33 desde Carlos Arias Navarro y su sentidísimo "Españoles, Franco ha muerto". Es curioso, y casi siempre aterrador, contemplar cómo algunas cosas parecen haberse petrificado en el tiempo, cómo nos cuesta entender determinados acontecimientos históricos y cómo seguimos sin resolverlos de una vez por todas. El último, la pantomima de un juez con ínfulas de estrella que no ha sabido hacer lo que debía: justicia. Desde estas líneas, un abrazo a todos aquellos que sólo desean enterrar a sus muertos en paz. Por cierto, y sin venir mucho al caso: el asesino terrorista Txapote acaba de llamar "fascista" al tribunal que lo juzga por sus múltiples atrocidades. Un tipo que le mete un tiro a otro en la nuca por defender unas ideas distintas a las suyas diciendo la palabra fascista. Algunas veces me avergüenzo de lo que somos.

Pro bocando

La provocación es a menudo la vía más rápida y eficiente para despertar una reflexión. Ahora bien, la garantía de éxito queda minimizada en número y en una relación progresiva y contraria a la de la intención de la provocación a mayor grado de ésta última. Me explico, si es que puedo: si la provocación es menor, su respuesta será menos cuantiosa pero mayor su adhesión, probablemente por la simpatía que despierta en nosotros lo que se sale de la raya (siempre que sea otro el que se salga). Si la provocación alcanza unas cotas rayanas en "cosasconlasquenosetontea", se multiplicarán en progresión geométrica las reacciones a la misma, pero siendo menor, o incluso contraria en este supuesto, la relación empática entre estímulo-efecto. Vaya, tampoco he conseguido explicarme esta vez.

Probemos de otra manera:

http://martutenebreak.blogspot.com/

¿Ahora?

Un blogo, dos blogos, tres blogos.

Hace unas semanas me inscribí en uno de esos concursos para blogueros. Lo hice sin intención ni esperanza de ganar, y la mayor prueba de ello es que ni siquiera publicité mi blog o coloqué el logo del certamen en él. Incluso perdí todo el interés hacia la mitad del proceso de las votaciones, máxime cuando comprobé que éstas se movían más por amiguismo y trueque de votos que por la calidad de las bitácoras participantes. En cualquier caso, no critico las bases del concurso, las cuales acepté tácitamente al inscribirme, ni a los ganadores en las distintas categorías. Puedo discrepar de su clasificación pero no dudo en absoluto de la legitimidad de los premiados. Cuando el poder de elección lo tiene el pópulo, la garantía de que la justicia coloque a cada uno en su lugar es tan lejana como la posibilidad de que Belén Esteban acabe un sudoku. Gana el que más votos recibe y punto, y al que no le guste, con irse a zurrir mierdas con un látigo todo arreglado. El caso, y ésa es la excusa de estas líneas, es que me sirvió para descubrir que, entre toneladas de textos que te invitaban a ejercer de voyeur en fiestas de cumpleaños, con sus ganchitos de queso incluidos, y otros acontecimientos de similar y tan vital importancia (YO con mis amigos en un bar, YO de viaje, YO leyendo la etiqueta del bote del champú, YO con YO), se escondían verdaderos tesoros: reflexiones impecablemente escritas, artículos de opinión, relatos, ilustraciones... En definitiva, pequeños soplos de arte e inteligencia a partes iguales, microcosmos personales que han acabado enganchándome a sus periódicos renacimientos. Hace unos días inserté en la parte izquierda de este blog algunos de ellos, esperando que si decidís visitarlos, los disfrutéis tanto como yo. Como ya sé que son mejores que el mío no hace falta que me lo hagáis saber, y si alguno de vosotros se atreve a decirlo en alguno de los comentarios de este post, sus palabras serán vil y cuidadosamente cercenadas, manipuladas y censuradas. Y si además me pilla en un día torcío, lo de Willian Munny (minuto 2:17) os parecerá el mejor de vuestros destinos. Ojito.

Un post largo, fascista y xenófobo.

No acostumbro a copiar textos ajenos (desde luego, no sin citar la fuente) más por vergüenza torera que por otra cosa. Lo que ahora ocurre es que, dada mi sequía creativa, que no de talento por lo que de perenne tiene ésta última, hoy me dedicaré a saquear sin ánimo de lucro (no sea que el gobierno de este país se empeñe en darme a mí también ciento cincuenta mil milloncejos) y cual golfo apandador aquellas ideas que me parezcan las mejores por uno u otro motivo. O las peores, que por contraposición acaban teniendo en el lector inteligente idéntico efecto. Y lo haré con el único y egoísta fin de que no me emigre a otros blogs más fecundos mi paciente y nunca suficientemente ponderado lectorado. Después de estas gilipolleces, tan innecesarias como absolutamente innecesarias, el texto expropiado:

"Cuando digo que este país es una mierda, algún lector elemental y patriotero se rebota. Hoy tengo intención de decirlo de nuevo, así que vayan preparando sellos. Encima hago doblete, pues voy a implicar otra vez a Javier Marías, que tras haberse comido el marrón de mis feminatas cabreadas, acusado de machista –¿acaso no se mata a los caballos?–, va a comerse también, me temo, la etiqueta de xenófobo y racista. Y es que, con amigos como yo, el rey de Redonda no necesita enemigos. Madrid, jueves. Noche agradable, que invita al paseo. Encorbatados y razonablemente elegantes, pues venimos de la Real Academia Española, Javier y yo intentamos convencer al profesor Rico –el de la edición anotada y definitiva del Quijote– de que el hotel donde se aloja es un picadero gay. Lo hacemos con tan persuasiva seriedad que por un momento casi lo conseguimos; pero el exceso de coña hace que, al cabo, Paco Rico descorne la flor y nos mande a hacer puñetas. Que os den, dice. Y se mete en el hotel. Seguimos camino Javier y yo, risueños y cargados con bolsas llenas de libros. Bolsas grandes, azules, con el emblema de la RAE. Cada uno de nosotros lleva una en cada mano. Así cruzamos la parte alta de la calle Carretas, camino de la Plaza Mayor. Imaginen –visualicen, como se dice ahora– la escena. Capital de España. Dos señores académicos con chaqueta y corbata, cargados con libros, hablando de sus cosas. Del pretérito pluscuamperfecto, por ejemplo. En ese momento pasamos junto a dos individuos con cara de indios que esperan el autobús. Inmigrantes hispanoamericanos. Uno de ellos, clavado a Evo Morales, tiene en las manos un vaso de plástico, y yo apostaría el brazo incorrupto de don Ramón Menéndez Pidal a que lo que hay dentro no es agua. En ésas, cuando pasamos a su altura, el apache del vaso, con talante agresivo y muy mala leche, nos grita: «¡Abajo el Pepé!… ¡Abajo el Pepé!». Y cuando, estupefactos, nos volvemos a mirarlo, añade, casi escupiendo: «¡Cabrones!». Me paro instintivamente. No doy crédito. «¡Pepé, cabrones!», repite el indio guaraní, o de donde sea, con odio indescriptible. Durante tres segundos observo su cara desencajada, considerando la posibilidad de dejar las bolsas en el suelo y tirarle un viaje. Compréndanme: viejos reflejos de otros tiempos. Pero el sentido común y los años terminan por hacerte asquerosamente razonable. Tengo cincuenta y siete tacos de almanaque, concluyo, voy vestido con traje y corbata y llevo zapatos con suela lisa de material. Mis posibilidades callejeras frente a un sioux de menos de cuarenta son relativas, a no ser que yo madrugue mucho o Caballo Loco vaya muy mamado. Sin contar posibles navajas, que alguno es dado a ello. Además tiene un colega, aunque nosotros somos dos. Podría, quizás, endiñarle al subnormal con las llaves en el careto y luego ver qué pasa con el otro; pero acabara la cosa como acabara –seguramente, mal para Marías y para mí–, incluso en el mejor de los casos, con todo a favor, hay cosas que ya no pueden hacerse. No aquí, desde luego. No en este país miserable. Imaginen los titulares de los periódicos al día siguiente: «El chulo de Pérez-Reverte y el macarra de Marías se dan de hostias en la calle con unos inmigrantes». «Xenofobia en la RAE.» «Dos prepotentes académicos racistas, machistas y fascistas apalean salvajemente a dos inmigrantes.» Aunque aún podría ser peor, claro: «Marías y Reverte, apaleados, apuñalados e incluso sodomizados por dos indefensos inmigrantes». Marías parece compartir tales conclusiones, pues sigue caminando. A envainársela tocan. Lo alcanzo, resignado, y llegamos a la Plaza Mayor rumiando el asunto. «Es curioso –dice pensativo–. A mí tío, republicano de toda la vida, lo insultaban por la calle, durante la República, por llevar corbata.» Yo voy callado, tragándome aún la adrenalina. Quién va a respetar nada en esta España de mierda, me digo. Cualquier analfabeto que llegue y vea el panorama, que oiga a los políticos arrojarse basura unos a otros, que observe la facilidad con la que aquí se calumnia, se apalea, se atizan rencores sociales e históricos, tiene a la fuerza que contagiarse del ambiente. Del discurso bárbaro y elemental que sustituye a todo razonamiento inteligente. De la demagogia infame, la ruindad, el oportunismo y la mala índole de la vil gentuza que nos gobierna y nos envenena. Ésta es casa franca, donde todo vale. Donde todos tenemos derecho a todo. Cualquier recién llegado aprende en seguida que tiene garantizada la impunidad absoluta. Y pobre de quien le llame la atención, o le ponga la mano encima. O tan siquiera se defienda. Así que ya saben, señoras y caballeros. Ojito con las corbatas y con todo lo demás cuando salgan de la RAE, o de donde salgan. Nos esperan años interesantes. Tiempos de gloria."

Atribuido a Arturo Pérez-Reverte. Por confirmar. (N. del A: Confirmado el 16/11/08).

Ahora el otro texto:

"Me interpela un lector algo –o muy– dolido porque de vez en cuando aludo a España como este país de mierda. El citado lector, que sin duda tiene un sentimiento patriótico susceptible y no mucha agudeza leyendo entre líneas, pero está en su derecho, considera que me paso varios pueblos y una gasolinera. Le extraña, por otra parte, y me lo comunica con acidez, que alguien que, como el arriba firmante, ha escrito algunas novelas con trasfondo histórico, y que además parece complacerse en recuperar episodios olvidados de nuestra Historia en esta misma página, sea tan brutal a la hora de referirse a la tierra y a los individuos que de una u otra forma, le gusten o no, son su patria y sus compatriotas. La verdad es que podría, perfectamente, escaquearme diciendo que cada cual tiene perfecto derecho a hablar con dureza de aquello que ama, precisamente porque lo ama. Y que cuando abro un libro de Historia y observo ciertos atroces paralelismos con la España de hoy, o con la de siempre, y comprendo mejor lo que fuimos y lo que somos, me duelen las asaduras. Aunque, la verdad, ya ni siquiera duelen. Al menos no como antes, cuando creía que la estupidez, la incultura, la insolidaridad, la ancestral mala baba que nos gastamos aquí, tenían arreglo. La edad y las canas ponen las cosas en su sitio: ahora sé que esto no lo arregla nadie. España es uno de los países más afortunados del mundo, y al mismo tiempo el más estúpido. Aquí vivimos como en ningún otro lugar de Europa, y la prueba es que los guiris saben dónde calentarse los huesos. Lo tenemos todo, pero nos gusta reventarlo. Hablo de ustedes y de mí. Nuestra envilecida y analfabeta clase política, nuestros caciques territoriales, nuestros obispos siniestros, nuestra infame educación, nuestras ministras idiotas del miembro y de la miembra, son reflejo de la sociedad que los elige, los aplaude, los disfruta y los soporta. Y parece mentira. Con la de gente que hemos fusilado aquí a lo largo de nuestra historia, y siempre fue a la gente equivocada. A los infelices pillados en medio. Quizá porque quienes fusilan, da igual en qué bando estén, siempre son los mismos. Pero me estoy metiendo en jardines complejos, oigan. El que quiera tener su opinión sobre todo eso, acertada o no, pero suya y no de otros, que lea y mire. Y si no, que se conforme con Operación Triunfo, con Corazón Rosa o con Operación Top Model, o como se llamen, y le vayan dando. Cada cual tiene lo que, en fin, etcétera. Ya saben. Por mi parte, como todavía me permiten y pagan este folio y medio de terapia personal cada semana –es higiénico poder morir matando–, me reafirmo un día más en lo de país de mierda. Y lo voy a justificar hoy, miren por donde, con una bonita anésdota anesdótica. Una de tantas. Verán. Un niño de siete años, sobrino de un amigo mío, observando hace poco que varios de sus amigos llevaban camisetas de manga corta con banderas de varios países, la norteamericana y la de Brasil entre ellas –algo que por lo visto está de moda–, le pidió al tío de regalo una camiseta con la bandera española. «Van a flipar mis amigos, tito», dijo el infeliz del crío. Según cuenta mi amigo, el sobrinete bajó al parque como una flecha, orgulloso de su prenda, con la ilusión que en esas cosas sólo puede poner una criatura. A los diez minutos subió descompuesto, avergonzado, a cambiarse de ropa. El tío fue a verlo a su habitación, y allí estaba el chiquillo, al filo de las lágrimas y con la camiseta arrugada en un rincón. «Me han dicho que si soy facha o qué», fue el comentario. Siete años, señoras y caballeros. La criatura. Y no en el País Vasco, ni en Cataluña, ni en Galicia. En la Manga del Mar Menor, provincia de Murcia. Casualmente, y sólo una semana después de que me contaran esa edificante historia infantil, otro amigo, Carlos, gerente de un importante club náutico de la zona, me confiaba que ya no encarga polos deportivos para sus regatistas con el tradicional filetillo de la bandera española en las mangas y en el cuello. «En las competiciones con clubs de otras autonomías –explicó– están mal vistos.» Dirán algunos que, tal y como anda el asunto, podríamos mandar a tomar por saco ese viejo trapo y hacer uno distinto. Al fin y al cabo sólo existe desde hace dos siglos y medio. Podríamos encargarle una bandera nueva, más actual, a Mariscal, a Alberto Corazón, a Victorio o a Lucchino. O a todos juntos. Pero es que iba a dar igual. Tendríamos las mismas aunque pusiéramos una de color rosa con un mechero Bic, un arpa y la niña de los Simpson en el centro; y en las carreteras, el borreguito de Norit en vez del toro de Osborne. El problema no es la bandera, ni el toro, sino la puta que nos parió. A todos nosotros. A los ciudadanos de este país de mierda."

Arturo Pérez-Reverte


Como veis, ambos textos son patente de corso de D. Arturo Pérez-Reverte, al que ya he dedicado alguna que otra línea en este blog. Y como entendéis, no es D. Arturo persona de hacer prisioneros, ni falta que le hace. El caso es que ahora vendrá algún lector, seguramente más tolerante, democrático y solidario que yo, y me pondrá a caldo en algún comentario, soliviantado no sólo por las palabras del escritor cartagenero sino por mi firme adhesión a ellas, cosa que en este momento hago pública. Como hago público que estoy hasta los mismísimos de la dictadura de lo políticamente correcto, de la farisea discriminación positiva, de los sinvergüenzas que se llenan los bolsillos a su costa y de los necios que los sustentan.

Más ancho que largo, oigan.

¿Frecuencia modulada o modelada?

“A través de las enormes distancias espaciales, unas mentes que son a las nuestras como las nuestras a las de las bestias, unos intelectos vastos, fríos y crueles, miraban a la Tierra con envidia, y lenta pero inexorablemente fraguaron planes contra nosotros”

Así comenzaba la narración radiofónica que, sobre el texto original de H. G. Wells, estremeció a Estados Unidos hace ahora 70 años y 4 días. El 30 de octubre de 1938, el cineasta norteamericano Orson Welles retransmitió una adaptación de la novela La guerra de los mundos tras tomar la palabra de un locutor de la CBS, y millones de estadounidenses creyeron, presas del pánico, que los extraterrestres invadían nuestro planeta. Mucho antes de terminar el programa, en todo el territorio de EEUU había personas rezando, llorando y huyendo frenéticamente para no encontrar la muerte a manos de los alienígenas. Algunos corrieron en busca de seres queridos, otros telefonearon para despedirse o alertar a los amigos, informaron a sus vecinos, buscaron respuestas en las redacciones de los periódicos y las emisoras de radio, o avisaron a las ambulancias y coches de patrulla de policía. Por lo menos seis millones de personas oyeron la emisión y se calcula que más de un millón de ellas reaccionaron alarmadas.

Podéis encontrar más información en la wikipedia, e incluso descargaros el archivo original de audio, recreaciones en castellano (recomendado) o los guiones del programa de radio si buscáis un poco.

El caso es que he querido que esta efeméride me sirviera, al hilo de uno de los comentarios que un amable lector ha dejado en mi post anterior (en el que incluso me otorga el honor de convertirme en "colega" de Leguineche. Eso es un lector bueno. Spammer, pero bueno), para hablar de la radio. Ego confeso: adoro la radio. La radio es a la tele lo que los libros a las pelis, o lo que el erotismo al porno. Es imaginación, cercanía, complicidad... He pasado años literalmente enganchado a La Rosa de los Vientos (D.e.P., MAESTRO Cebrián), Si amanece nos vamos o A cielo abierto, paseando mi infidelidad radiofónica por el dial y aprendiendo que hay otras maneras de hacer periodismo de información y entretenimiento más allá de los talibanes mañaneros de la diestra y la siniestra y de las pestilentes radiofórmulas. Esta entrada no es otra cosa que un homenaje de agradecimiento a aquellos que me han acompañado en tantas horas de vigilia, además de un abrazo solidario al equipo de La noche menos pensada. En este país, en cuanto se te ocurre pensar por ti mismo, te arrean un garrotazo.