Tengo 34 años. Crecí jugando en la calle. Simplemente abría la puerta de mi casa, bajaba a la "placeta" y mis amigos estaban allí. Bebíamos del mismo grifo en una de esas fuentes públicas, y algunos hasta chupaban de él como de una pajita cuando, habitualmente en verano, sufríamos los cortes de agua tan comunes en el sur de España en las zonas turísticas. Comíamos plastilina y plastidecor en los colegios como si nos fuera la vida en ello, y no habríamos cambiado nuestros Phoskitos y nuestros polos de bolsa (el flash de cocacola era lo máximo) por ningún Actimel del mundo. En los recreos, jugamos al burro (churro, mediamanga, mangotero) mientras los profesores echaban un cigarrito en sus despachos. Viajaba con toda la familia en el Seat 127 azul marino de mi padre, sin cinturón de seguridad, airbag, ABS o GPS, por carreteras mal asfaltadas y casi sin señalizar. A la primera chica que me gustó, simplemente la cogí de la mano y la miré a los ojos. No necesité sms, ni emoticonos, ni messenger, ni ;). Cada verano era infinito, como infinita la espera de dos horas de digestión hasta meternos en el agua. Pescábamos pulpos en playas con arena de verdad que nuestras madres cocinaban en asados perfectos, y no sabíamos lo que era una crema de protección solar de factor 15. Fabricábamos flechas con cañas y chapas aplastadas en la punta y arcos con ramas de palmeras; eso cuando no nos abríamos la cabeza los unos a los otros con los tirachinas compuestos del cuello de una botella de plástico con un globo en el gollete.
No supimos lo que era una pornstar hasta que debimos saberlo, y como no teníamos teléfono móvil, nuestros padres no tenían manera de localizarnos durante horas y horas; aún así, nadie se preocupaba en exceso, porque simplemente estábamos en la calle, jugando. Aprendimos a contar con el Conde Draco y nuestro reloj calculadora nos convertía en los más chulos del barrio por unas horas. Y aunque en ocasiones no entendíamos demasiado bien lo que hacían Pedro Reyes, Alaska o Pablo Carbonell, La bola de cristal nos impregnó para siempre de su espíritu cretivo, libertario y transgresor. Después vinieron los helados en la Venezia y las hamburguesas "especiales" en el Bruselas. Pero eso... eso ya es otra historia.
Supongo que me hago viejo.
1 comentarios:
Que no hombre, que no. Que no te estás haciendo viejo, coño. Que no…
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