La persistencia de la memoria

Son legión las ocasiones en las que, desde esta bitácora, he confesado mi afición a la radio, una comunión intelectual y sentimental que me ha convertido en adicto a los Asuntos propios de Toni Garrido o a La rosa de los vientos del maestro Cebrián (D.e.P.). En el podrido mundo maniqueo que vamos dejando en herencia a las nuevas generaciones en lo que a lo que a contenidos de medios de comunicación se refiere, cada vez resulta más complicado descubrir espacios que se atrevan a hacer de sus programas un dechado de cultura, información y entretenimiento. Hace un par de días tuve el honor de que uno de esos programas, A cielo abierto, considerara que mi relato Cambio de hora merecía ser el ganador en el certamen de microrrelatos que habían convocado. Desde aquí me gustaría mostrarles mi agradecimiento, tanto por el premio como por su forma de entender la radio. Así pues, muchas gracias a todo el equipo de A cielo abierto por hacer un poco más cortas las largas noches de insomnio.

En cuanto al relato, un arrebato metafísicoamoroso publicado en este blog hará un par de meses, sólo narra el intento de recuperar una hora de mi vida, la hora que transcurrió desde el segundo que tardó el reloj en pasar de las 1:59:59 a las 3:00:00 el pasado 28 de marzo, la hora que por arte de birlibirloque desaparece cada año una madrugada de primavera porque a las dos son las tres. Pero... ¿por qué no intentar retenerla? ¿Por qué no vivirla en ese segundo? ¿Por qué no llenarla con un recuerdo que, aun durando un instante, vale una vida?

En este vídeo podéis escuchar la locución del relato, aunque os aconsejo descargar el podcast para escuchar todo el programa. El fallo del jurado y la locución van antes y después del recomendable monográfico sobre Pablo Coelho.



Imagen: La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí.

Porque siempre sigues, siempre sigues, siempre sigues, siempre sigues ahí.



Ahora me daría igual que se me cayera el cielo encima a pedazos o que reventara mi corazón en partículas infinitesimales, porque nada puede dañarme cuando estoy dentro de una canción. Porque dejo de ser el idiota que gira sobre sí mismo buscando todas las razones del mundo para atreverse a dar un paso, cualquier paso. Porque todas las voces silencian sus gritos en mi cabeza, porque durante cuatro minutos y once segundos ya no soy un enfermo. Porque durante cuatro minutos y once segundos ya no soy. No soy.