La novia muerta del Hombre Araña

Unos minutos antes de encontrármelo por primera vez, una camarera con más pintura encima que La Capilla Sixtina estrangulaba una botella de Jack Daniel´s sobre mi vaso. Salí por la puerta de atrás, boqueando como un pez arrastrado a la orilla, y en ello estaba cuando lo vi apoyado en su coche, fumando, mirando indolente sus Chuck Taylor como quien no tiene otra cosa mejor que hacer. Al fondo del callejón un cartel que anunciaba a los Sex Museum se mecía con desgana al compás del viento, y aquel tipo debió pensar que, intentando sintonizar mis ojos para ver las fechas de los conciertos entre tanto burbon, lo miraba a él. -"A mí también me gustan", musitó, casi hablando para sí mismo, sin ni siquiera alzar la vista del suelo. Años después, cuando le pregunté qué hacía solo en un callejón a las cuatro de la madrugada la noche que nos conocimos, me dijo -"Esperaba a mi chica. No sabía su nombre o su aspecto. Nunca había hablado con ella fuera de mi cabeza, pero pensé que ése era un lugar tan bueno como cualquier otro para esperar a que apareciera la mujer de mi vida". Dimos algunos conciertos juntos, nos soñamos malditos y sacamos a pasear a la Luna cada noche durante semanas, o meses, o años. Después, lo de siempre: los caminos acaban bifurcándose y a nada que te descuidas los putos pájaros se han comido las migas de pan. Ya apenas hablo con él, aunque entro en su myspace de cuando en cuando para seguir dusfrutando sus textos, para hacerlos furtivamente míos y volver así, aunque sea de prestado, a soñarme otro una última vez más.
Con su permiso y el pesar de saber que perderé en su favor a unos cuantos lectores de este blog, probablemente a los mejores, os enlazo su diario. Si luego no os podéis quitar del alma el sabor agridulce, eso ya no es problema mío.

El Rey Arturo

Hará como unos doce años, probablemente más (¡dIOS mío, me hago viejo!) que conocí a Arturo Pérez-Reverte. Yo había acudido con un grupo de alumnos al Casino de Murcia, donde el escritor cartagenero presentaba una de sus novelas, creo que la primera de la saga Alatriste, acompañado por Pepe Perona, uno de sus grandes amigos y, probablemente, el mejor profesor que he tenido en la facultad. Cada una de sus ruedas de prensa, como sus discursos (memorable el que prologó su ingreso en la R.A.E.) o sus artículos, destilaban la misma pasión que su Corso o su Astarloa, conduciendo a su auditorio o a sus lectores a un posicionamiento inexcusable. En esa época yo frecuentaba locales que, siendo benévolos, podríamos calificar como algo alejados de los círculos universitarios. Esa noche volví a encontrar a la pareja en cuestión en uno de esos locales, y envalentonado por mi juventud y un par de copas, me acerqué a su mesa con la inocente intención de presentarle mis respetos y mi admiración. La nebulosa propia del tiempo y de las copas que he mencionado anteriormente (que acabaron multiplicándose en la mesa como si del milagro del pan y los peces, o del gin y el tonic, se tratara) me impiden recordar con exactitud los derroteros que me llevaron a despertar con un libro autografiado y dedicado a un joven grumete que supuse ser yo. Algo recordaba de una promesa de abordar, amparados en las primeras luces del alba, unos cuantos barcos ingleses y pasar a cuchillo a cuantos hijos de la Pérfida Albión encontráramos en nuestra santa misión. Esa noche, y el duelo más que epistolar que mantuvo con D. Victorino Polo, otro de mis profesores (aunque de éste no aprendí nada que no fuera cómo no se deben hacer las cosas) e ilustre jurado de premios cervantinos, y que dejó al titular universitario escaldado entre el regocijo de aquellos a los que no nos quedaba otra que entonar el "Sí, bwuana", despertaron en mí la simpatía por el otrora corresponsal de guerra.
Me faltaría tiempo para entonar en éste post las bondades de una forma de escribir más propias de otro tiempo, de cómo es posible revivir el espíritu de Dumas o Stevenson y encerrar en unas hojas de papel a piratas, espadachines, curas, periodistas, asesinos a sueldo y otras gentes de mal vivir sin perder un ápice de calidad, en relatos perfectamente documentados y estructurados en los que el talento y la pasión se ponen al servicio de la pluma, poblados de personajes tan atemporales como reconocibles, y tan lejanos del bien y del mal como de su crisantema cotidianeidad.

Es obvio que no podría suscribir cada uno de sus artículos de opinión, pero éste, mi post número 51, bien merecía darle al César lo que es del César y a mí el placer de regurgitar un par de recuerdos y de aplausos antes de que no quede nadie a quién aplaudir.

Tengo una llama, que Llama se llama...

La ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing (o Pekín, para los que aún hablamos castellano) está en estos momentos en todo lo suyo. Como no tendré vacaciones este verano y echaré algún ratito que otro poniendo guapo mi blog (a ver si le sale novia y se independiza, que va teniendo una edad), me sobrará tiempo para deciros qué me parece todo esto que han montado los chinos para que parezca que no son tan chinos. De momento, comentar que para todos aquellos que queráis mostrar vuestro descontento con este puchero de dinero, deporte y represión, y además participar en una mani virtual (venga, que seguro que no lo habéis hecho nunca), Reporteros sin Fonteras os lo pone en bandeja. Sólo hay que pinchar aquí y hala, a por ellos, que son pocos y cobardes.