La estatua de sal


Llevo semanas sin escribir algo decente, acaso un par de líneas que no despierten en mí el rubor de la vergüenza tras darle al botoncito de Publicar entrada. Semanas sin leer vuestros blogs, sin comentar, casi sin pensar. Me pregunto qué sentido tiene ya este blog. Desde luego, no abandonarlo a su suerte hasta dejarlo naufragar y hundirse anegado entre olvidos. Antes prefiero matarlo, pasarlo a cuchillo, que verlo agonizando devorado por mi pereza. Intento hoy germinarlo de nuevo, inseminarlo y verlo así parir estos próximos días. Intento hoy que su aliento me dé la vida que me falta.

Cuado vayas a los toros no te pongas la minifalda.


No me gustan los toros. Nunca he ido a una corrida y nunca iré a verla. No habrá una foto mía como la que precede a estas líneas en la que mi cabeza sustituya a la del Sr. Montilla dentro de un círculo rojo. Ni siquiera he visto eso que llaman La fiesta nacional por la televisión.

Y ahora, una vez manifestada mi inexistente afinidad por las corridas de toros y el podrido mundo que las rodea, me posiciono enérgicamente contra todos aquellos que en el día de hoy se felicitan por su abolición en Cataluña. Me posiciono contra la absoluta necedad de entender una prohibición como una victoria, me postulo contra aquellos que desde su ignorancia no alcanzan a comprender que, más allá de una forma de arte, trascendiendo una fiesta que pintaron Goya o Picasso, que cantaron poetas e inmortalizaron los mejores escritores de este país, hoy somos un poco menos libres y un mucho más demagogos.

Las corridas de toros están destinadas a morir por inanición más pronto que tarde, incluso es probable que hoy sólo fueran parte de nuestra memoria nacional si los toreros hubieran mantenido sus estoques lejos de duquesitas, modelos y habitantas del papel couché. Pero no, había que prohibirlas, como se hizo con la literatura o el teatro durante años, con el carnaval durante el franquismo, y como se hará con otras cosas mañana en aras de una perfecta y civilizada sociedad moderna. Civilizada y perfecta. Asépticamente perfecta.

Yo no entiendo los toros, no veo el arte que encierran, como tampoco el genio en el Cubismo, la belleza de las Matemáticas o la tercera Luna de Júpiter. Y tú, que tampoco los entiendes, que te parapetas en el sufrimiento animal para justificar las cadenas con las que hoy me sometes, deberías visitar las granjas avícolas donde miles de gallinas, cuyos huevos te alimentan, se amontonan y mueren de calor o simplemente de locura tras una vida de mierda. O los millones de peces que perecen asfixiados o despedazados, arrastrados por redes que sirven a técnicas de pesca absolutamente depredadoras para que te comas tus sardinitas en espeto en cualquier playa del sur. O quizá deberías consultar a tu perro o a tu gato, tú que te defines como amante de los animales, si merecían verse castrados, mutilados, mientras te excusas en que "es por su bien" cuando lo único que de verdad quieres es que no se te meen en la alfombra. Deberías preguntarte de dónde viene tu ropa, tu amado Iphone, y todo aquello que consumes de manera desmedida manchando tus manos de una sangre que por invisible no duele.

Sí, es cierto, estoy siendo demagogo.

Aunque un poquito menos que tú.

Iniesta de mi vida