Unos minutos antes de encontrármelo por primera vez, una camarera con más pintura encima que La Capilla Sixtina estrangulaba una botella de Jack Daniel´s sobre mi vaso. Salí por la puerta de atrás, boqueando como un pez arrastrado a la orilla, y en ello estaba cuando lo vi apoyado en su coche, fumando, mirando indolente sus Chuck Taylor como quien no tiene otra cosa mejor que hacer. Al fondo del callejón un cartel que anunciaba a los Sex Museum se mecía con desgana al compás del viento, y aquel tipo debió pensar que, intentando sintonizar mis ojos para ver las fechas de los conciertos entre tanto burbon, lo miraba a él. -"A mí también me gustan", musitó, casi hablando para sí mismo, sin ni siquiera alzar la vista del suelo. Años después, cuando le pregunté qué hacía solo en un callejón a las cuatro de la madrugada la noche que nos conocimos, me dijo -"Esperaba a mi chica. No sabía su nombre o su aspecto. Nunca había hablado con ella fuera de mi cabeza, pero pensé que ése era un lugar tan bueno como cualquier otro para esperar a que apareciera la mujer de mi vida". Dimos algunos conciertos juntos, nos soñamos malditos y sacamos a pasear a la Luna cada noche durante semanas, o meses, o años. Después, lo de siempre: los caminos acaban bifurcándose y a nada que te descuidas los putos pájaros se han comido las migas de pan. Ya apenas hablo con él, aunque entro en su myspace de cuando en cuando para seguir dusfrutando sus textos, para hacerlos furtivamente míos y volver así, aunque sea de prestado, a soñarme otro una última vez más.
Con su permiso y el pesar de saber que perderé en su favor a unos cuantos lectores de este blog, probablemente a los mejores, os enlazo su diario. Si luego no os podéis quitar del alma el sabor agridulce, eso ya no es problema mío.
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