La conjetura de Perelmán

La conjetura de Perelmán (Ediciones B, aunque he leído por ahí que ahora sólo es B) es la primera novela de Juan Soto Ivars (Águilas, 1985). Por motivos personales que en nada atañen a este blog y porque le debo una canción disculpa, y por ninguna de las dos cosas, copio y pego de los márgenes de mi ejemplar del libro las notas con las que, como acostumbro, garabateo casi cada cosa que tengo entre las manos. Escribí sin publicar sobre El Nuevo Drama, el bienintencionado movimiento que el propio Soto y Sergi Bellver parieron al alumbrar la antología Mi madre es un pez (Libros del silencio, 2011), probablemente hartitos de esa coartada llamada posmodernismo literario y que a mí tanto me cuesta diferenciar del Tuenti. En cualquier caso, si te bulle la curiosidad, hay suficiente información sobre el drama, el de antes y el de ahora, desparramada por el ciberespacio en forma de entradas (muchas) de blogs y comentarios (más) de blogs, aunque los autores de unas y otros apenas se cuenten en un par de decenas.



A lo bruto:

Estilo algo abrupto al comienzo, suavizado con el transcurrir de una novela que madura a cada página. Discurso narrativo irregular, aunque el ritmo interior sostiene la trama sin dificultad. Pequeñas discordancias asociadas probablemente a un uso forzado de las formas verbales. La acción, incluso la de tipo descriptivo, relega a un plano secundario, casi básico, a los elementos escenográficos (no es, desde luego, Nouveau roman). Con la aparición de los diálogos se hace evidente un buen dominio de los niveles del lenguaje, aunque las dislocaciones temporales y el abuso de las formas simples del presente y el pasado, probablemente en la búsqueda de un efecto dinámico y diferenciador de la historia principal respecto a las tramas periféricas, trompica ligeramente los pasajes narrativos. Los elementos caracterizadores ceden a la inercia de la acción y los personajes se muestran al lector perfilados y nada romos, vivos, determinadores de sí mismos. A medida que se añaden ingredientes el relato crece interior y exteriormente, mejora y se revela deudor de la mejor novela negra norteamericana y norte europea, sin desmerecerlas en cuanto al pulso de la narración. Juego constante de componente epistemológica entre ficción/realidad (Perelmán/Perelmán, Golia/Putin). La segunda parte de la novela es brillante, como si Soto pasara de saber lo que quiere hacer a hacerlo. Maestría en la alternancia de los planos de acción hasta trenzar la trama principal y gran prestancia lexicográfica. La narración se acerca al lenguaje fílmico, y la intriga define a la novela totalmente, aunque no cabe despreciar su naturaleza psicológica, incluso de relaciones humanas, con la incomunicación como eje transversal (silencios, mentiras…). El aplomo es sorprendente en un autor novel. Los personajes se completan desde el diálogo y refuerzan su voz única. El pasaje de los matemáticos en la taberna es abrumador, un crescendo constante y genialmente construido. Resaltable el lirismo que sobrevuela toda la obra, especialmente hacia el tercer cuarto, con un narrador implicado, que no sobrepasado emocionalmente, a medio camino entre la omnisciencia y el “yo” lector. Las alusiones sociopolíticas se acercan más a la mera caricatura que a la crítica; no dejan de ser una coordenada anecdótica, un pespunte cronológico y un recurso acertado, pero están muy lejos de constituirse en leit motiv de la novela. En la pág. 240 las elipsis pueden confundir al lector, probablemente porque la narración se aproxima demasiado a lo fílmico y consecuentemente se vuelve frágil sin la muleta de la imagen, aunque sin llegar a fracturarse. El capítulo 3 de la segunda parte es el reflejo del mejor Soto, y el discurso sólido, sin fisuras, poderoso, se construye desde un léxico hermoso y preciso. Llegado aquí me pregunto cuál es el techo de este autor, y disfruto enormemente con el pasaje del tiroteo Carlo-Williams. Lo leo, lo veo y lo siento. Al término la historia cede a las excentricidades, una concesión que se puede atribuir al contexto generacional del escritor, con sesgos pulp y guiños a la serie B, sin que ello desmerezca un final muy bien rematado, cinematográficamente codificado, con un epílogo que, leyéndose, se hace acompañar de los primeros títulos de crédito mientras ya suena el tema que cierra la banda sonora.


Supongo que no se entiende un pijo y que incluso yo, después de unos dos meses de haberlo escrito, no acierto a reconocer una verdadera crítica literaria en esta parrafada con ínfulas. Lo cierto es que no tenía la menor intención de publicar esta entrada, pero me jode ver agonizar por inanición a esta bitácora. Ya no creo que vuelva a ser tan fecundo como antes en cuanto a la actualización de Labios como espadas, al menos no mientras las cosas por aquí sigan como están, pero he recibido un buen puñado de mensajes alentadores animándome a continuar escribiendo (en) este blog, y me parece, como mínimo educado, corresponder tanta amabilidad aun con tan poco tino. Así que, parafraseando el mítico enunciado, “Gracias el que lo lea”.

Nota: No es la primera vez que Perelman se deja caer por aquí.

0 comentarios: